martes, 21 de abril de 2015

La Recamara De Las Voces


“¡Oh madre mía,
los ecos de la caverna ya no me ven!
¿Dime que sientes después
de parir un cuchillo por tu garganta?
Yo solo quiero olvidar lo que hicimos,
Solo quiero enterrar
el porqué de estos ductos en tu interior.
Si las palas del cementerio hablaran,
les preguntaría tantas cosas…

"Ya intenté acercarme a ti.
Y me desmalle ahogado con arcilla.
Oh madre…
¡Qué puedo hacer para abrazarte!”
El grito salió a la superficie
toxica y se ahogó.
Nunca nada se volvió a escuchar
en esa dirección de las cavernas,
por muchos, muchos años.

Un joven hombre topo
se aventuró por aquel lugar,
para cavar su casa.
¡Y que sorpresa se llevó!
Pues en su labor,
una voz casi inocua lo invadió.
Pensó que era un recuerdo entrometido,
y silbó con su húmedo hocico,
una melodía distractora.
Pero la voz permanecía detrás de todo,
incesante, sobre su primitiva mente.

“Mi cuerpo se encuentra
orquestado perfectamente."
"¿Sientes el sonido de mis venas?”

¿Quién habla? – preguntó -

El silencio se metió en mis oídos,
y ya llevaba viviendo ahí un tiempo..."
"Habla quien rompió su carne en la oscuridad.
Habla el que se mezcló con la arcilla”

El hombre topo al escuchar esas palabras
quedó rígido haciendo parte del no paisaje.

“¡En ésta cueva la noche ha muerto!”
- escuchó -
“Pudre su cuerpo
en sarcófagos de vidrio,
que detestan todo aquello
que la luna descubre.”
¡Estoy en tu interior!
Pero desconectado…
No te ves,
no te veo,
pero me ayudas a ver.”

Al escuchar esto
el hombre topo se sentó con temor,
tratando de encontrar el lugar,
de donde aquella voz venia.
Encendió la lámpara
que llevaba puesta en la cabeza,
y un ruido se escuchó…

Hielo le cubrió la espalda al ver de qué se trataba:
El esqueleto de un hombre topo
se erigia en la oscuridad de la caverna,
sentado,
como hace un momento
él estaba.

Yo cerré los ojos
y desfiguré mi imagen en los espejos
hasta imitar la paciencia de una estalagmita,
y todos los siglos que la embalsaman.
- manifestó la voz, que en todas direcciones sonaba -
"Los ecos de la caverna ya no me veían.
Yo desnudé mi alma
y era un grito.
Pero aun así nunca dejó de moverse
como los cabellos
de un guadual al viento...”

Los individuos no dejaron
núnca de deshacerse
por los túneles de la ciudad subterránea.
Nunca nadie volvió a aquel ducto.
Donde miles de voces pintaban las paredes.
Donde decían al fin haber abrazado a su madre.

Belial

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